Lisabö son ante todo grandes amigos. Siempre lo han dicho, aún a pesar de los varios cambios de formación en su trayectoria. Son vascos, orgullosos de ello, de Irún, un pueblo guipuzcoano junto a la frontera francesa. Las letras de sus canciones siempre en euskera. Empezaron sin pretensiones en 1998. Son experimentadores sonoros y de sensaciones donde el denominador común es la potencia y la intensidad, y mucha. Parte importante de su particular sonido son las dos baterías que usan, las cuales a veces suenan independientes y otras golpean brutalmente a la vez. Sus discos son densos y complicados a priori, no son discos que pongas a tus invitados cuando te vienen a ver a casa. Entrar en ellos no es fácil pero cuando lo logras eres incapaz de dejar de escucharlos hasta el final. La formación de Lisabö para “Ezlekuak” eran Karlos (guitarra y voz), Javi (guitarra y voz), Ionyu (bajo), Eneko (batería) e Iban (batería).
La traducción de “Ezlekuak” sería los “No-lugares”. No lugares tanto físicos como no físicos son la inspiración de este trabajo. Las letras, con una elevada carga poética, son de Martxel Mariscal, escritor y poeta que aparece en los créditos como un miembro más. Este es el tercer disco de Lisabö y la primera reseña de Bidehuts, sello creado por los propios Lisabö junto con Anari y algún músico más de la escena vasca para hacer de la autogestión una seña de identidad y así según ellos darle el valor real que tiene un disco y que no sea un mero producto. Este es un disco crudo y denso donde hay músculo, pasión, visceralidad y emoción. Un disco contundente, implacable, lleno de atmósferas opresivas y de senderos rítmicos que a veces se detienen y bifurcan para luego volver a encontrarse. También hay lugar para el silencio, usado para marcar los tiempos y para dejar respirar al oyente. Reconozco que es un disco difícil de asimilar pero indudablemente es un discazo.
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